Tener un trabajo es uno de los principales objetivos en la vida de cualquier adulto. Después, si entramos más al detalle, los hay que trabajan por auténtica vocación, otros que sólo lo hacen porque necesitan pagar las facturas, e incluso algunos que, sin trabajar, tienen resueltas sus necesidades económicas. El caso es que, cada uno según sus circunstancias, se forma o se prepara para acceder al mercado laboral. Y conforme avanzan las generaciones, esa preparación es cada vez mayor. Grados, posgrados, másteres, doctorados, idiomas, estancias en el extranjero, cursos de verano…
Según datos de Eurostat correspondientes a febrero de 2023, España es el segundo país de la Unión Europea con mayor tasa de desempleo juvenil, por detrás de Grecia. El 29,3% de los españoles menores de 25 años no tienen trabajo, duplicando la media de la UE, que se sitúa en el 14,5%. Y acabamos de conocer el dato de la Encuesta de Población Activa del primer trimestre del año: el porcentaje sube al 30,03%.
Esto no deja de ser paradójico, teniendo en cuenta que a las empresas cada vez les cuesta más captar talento: el último estudio de Manpower Group afirma que 8 de cada 10 empresas españolas tienen dificultades para encontrar a los profesionales que necesitan. Por sectores, los que más perciben esta dificultad son los de publicidad y comunicación, tecnología, bienes y servicios de consumo, salud y farmacia e Industria.
¿Qué está pasando? ¿A qué se debe este desajuste entre la preparación de nuestros jóvenes y lo que realmente necesita el mercado? Para Javier G. Algarra, director académico en el Centro Universitario U-tad, especializado en formación en la industria digital, “tenemos muchos jóvenes con una formación deficiente o no demandada, y en una economía global tan competitiva como la actual, la riqueza se genera sobre todo por la excelencia del capital humano. Las empresas más productivas pueden contratar recursos en cualquier parte del mundo y ofrecer excelentes condiciones con teletrabajo, sólo las actividades de menor valor añadido se cubren de forma local. Por ello, una baja cualificación limita la empleabilidad”.
Del mismo modo, Felipe Vieira, CEO de Networkme, plataforma de desarrollo profesional que conecta a estudiantes universitarios o recién graduados con empresas que buscan talento joven, subraya que España ha experimentado una importante fuga de cerebros: “Y es el talento más cualificado el que se va a otros países en busca de mejores oportunidades profesionales. Según un estudio de la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, en 2017, el 60% de los jóvenes españoles que emigraron al extranjero tenían educación superior”.
La pregunta es: ¿está un joven de 17 o 18 años preparado para elegir la formación que determinará su futuro profesional? Hoy día la oferta de grados y posgrados formativos y universitarios es mucho mayor que hace dos o tres décadas. Y para muchos padres tampoco resulta sencillo ayudarles en la elección, lo que genera bastante estrés en los jóvenes. Según Javier Algarra, “deberían comenzar por identificar su vocación: servicio a la sociedad, afán de conocimiento científico, espíritu emprendedor, etc. A partir de ahí, seleccionar el área de conocimiento que mejor se adapte, buscar la oferta de grados y preguntar mucho. Tienen a los responsables de esos grados a un clic, les ayudará mucho hablar con quienes van a ser sus profesores”.
El problema viene cuando la vocación no está alineada con la empleabilidad. ¿La tienen en cuenta los jóvenes a la hora de elegir? A juzgar por los últimos datos oficiales del sistema universitario español, no demasiado: a pesar de que los titulados en Ciencias e Ingeniería disfrutan de casi pleno empleo, el porcentaje de alumnos en esos estudios ha caído un 35% sobre el total de los matriculados en las últimas dos décadas. “Por el contrario, algunos de los grados con más matriculados tienen una tasa de empleabilidad baja y, en recientes encuestas, sus egresados manifiestan que no volverían a escoger esa opción si tuviesen una segunda oportunidad. Algo no estamos comunicando bien”, expresa el experto de U-tad.
Conocimientos técnicos y habilidades blandas
En este escenario también hay que mencionar otro aspecto clave. Las competencias tecnológicas no son ya exclusivas de los grados de ciencias. Cualquier alumno que empiece ahora sus estudios, sea cual sea la rama, va a tener que adaptarse a los cambios tecnológicos a los que se enfrentará en su vida profesional. Y el hecho de que la tecnología evolucione tan deprisa hace que la demanda de competencias requeridas por las empresas también vaya cambiando, pero no siempre las instituciones educativas pueden actualizar su currículum educativo al mismo ritmo.
Además, el directivo de Networkme considera que “muchas carreras tienen un enfoque excesivamente teórico, lo que dificulta que los estudiantes adquieran las habilidades prácticas que les permitan estar realmente preparados para dar el salto al mercado laboral”. Y a esta formación práctica se suman las denominadas habilidades blandas, que hoy día son fundamentales para las organizaciones. Según las empresas con las que trabaja esta plataforma, y que buscan candidatos jóvenes para cubrir sus necesidades profesionales, las más demandadas son la comunicación, resolución de problemas, capacidad de liderazgo y gestión del tiempo.
“Aunque algunas de estas habilidades se pueden aprender en los entornos académicos, la práctica en el mundo real y la experiencia laboral son clave para desarrollarlas de manera efectiva. Para los perfiles más junior pueden marcar la diferencia a la hora de hacerse un hueco en un entorno laboral competitivo y con gente con más experiencia. Por eso, desde nuestra plataforma les ayudamos a trabajar estas habilidades para hacer que su perfil destaque y mejorar sus perspectivas de crecimiento y promoción profesional”, detalla Felipe Vieira.
El inglés, pasaporte imprescindible
Tener habilidades técnicas, un dominio excelente de la comunicación, facilidad en la toma de decisiones, un nivel de inglés fluido y a ser posible experiencia internacional. Todos estos factores influyen, en opinión de Javier Algarra, en la empleabilidad de cualquier grado. Y aquí sale un nuevo elemento: el inglés, una asignatura pendiente para muchos españoles, aunque se va resolviendo con la llegada de las nuevas generaciones.
Según un reciente estudio de la plataforma de aprendizaje de idiomas Preply, realizado entre 500 jóvenes españoles, 9 de cada 10 cree que el inglés es un condicionante para conseguir su primer empleo o sus prácticas profesionales. Y saben que no les vale tener un título acreditativo: el 72% tiene claro que un buen nivel de conversación mejoraría su empleabilidad, y un 32% está siguiendo clases para mejorar esta competencia.
Para Kirill Bigai, CEO de Preply, hay dos aspectos que indican la creciente importancia que el conocimiento de idiomas tiene en el entorno profesional en España. “Los datos de nuestra plataforma indican que la demanda de formación en inglés de negocios aumentó un 50% entre 2021 y 2022. Y en cuanto a las motivaciones que señalan los españoles a la hora de querer perfeccionar un idioma, lo que busca el 63% es crecer profesionalmente”, subraya.
En definitiva, los requerimientos no son pocos. Pero el talento de nuestros jóvenes está ahí, y debe quedarse en España. Es fundamental que tanto desde la Administración como desde las instituciones académicas y el propio entorno empresarial se apoye el empleo joven, se tiendan puentes entre educación y mercado laboral y consigamos que las nuevas generaciones puedan dar un paso firme hacia su futuro profesional.
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Fuente Original: Aquí